Según la fábula, un maestro y su discípulo llegaron a una casa miserable en la que vivían 6 personas (2 abuelos, 2 padres y 2 hijos). Su única posesión era una vaca que les daba leche con la que hacían mantequilla que, a su vez, vendían en el pueblo y obtenían escasos ingresos.
Aquella noche, los monjes pernoctaron allí aunque se despidieron a la mañana siguiente temprano. Antes de partir, el maestro cogió la vaca y la tiró por un precipicio. El discípulo protestó amargamente sin conseguir un solo gesto de arrepentimiento. No entendía cómo una persona tan bondadosa podía haber actuado de aquella forma.
Un año después, ambos hombres volvieron a ese lugar pero no encontraron ni rastro de la choza. Al contrario, había una hermosa huerta con una gran casa. Seguramente, aquellas personas tuvieron que vender su exiguo patrimonio para sobrevivir. Llamaron a la puerta y les recibió un sirviente a quien, obviamente, no conocían. Entraron y, ¡sorpresa!, allí estaba la familia de 6 miembros correctamente vestida y bien alimentada.
El discípulo no daba crédito… ¿Qué había ocurrido? El padre recordó los días de desesperación que sufrieron tras descubrir la muerte del animal a manos de algún malvado.
Después decidieron limpiar parte del terreno y comenzar a cultivar vegetales que les sirvieron para alimentarse. Los excedentes los vendieron y continuaron limpiando más y más terreno. Compraron 1 vaca, 1 caballo, 6 gallinas… Y contrataron a 2 personas para ayudarles a explotar la granja. «Así, en muy pocos meses, comenzamos a vivir una vida nueva, mejor y más próspera». El monje llevó aparte a su discípulo: «¿Tú crees que si aún estuviera la vaca vivirían así?».
Te animo a sacrificar tu vaca, si la tienes, en estas vacaciones.
Daniel Gurpegui Virto